Segundo capítulo que sigue al de las acampadas de verano. Y es que el frío unido al espesor de la nieve eran condimentos esenciales para aventurarnos a dormir en algún refugio los primeros días del año.
En nuestras primeras escapadas llegamos a compartir entorno con algún alto cargo de Valencia (creo que el Gobernador Civil, pues antes se llamaban así). ¿Qué noches de vigilia pasaría aquella familia que, buscando la soledad y sosiego, se encontraron con una banda de sonaos que jugaban a la gallinita ciega por las noches? Y tan sólo había que quitarle las "gafas de alta montaña" a Aldo para liarla (espero que todavía me perdone por dejarle sin arroz aquella noche).
Sin predicciones de la AEMET, sin ropa técnica, sin telefonía móvil y dependiendo del bus que nos recogería desde las Majadas.
De pedir permiso para el Cerviñuelo pasamos a invadir el refugio de la Mesta, de afortunada ubicación, también provisto de agua, literas y criadero de pulgas.
En el camino de trayecto quedó algún vehículo maltrecho, que originó leyendas de héroes y víctimas rescatadas todavía recordadas.
Algún viajero disfrutaba bajando la ventanilla del coche para contemplar "la guerra entre el frío y el calor".
Sus paredes escucharon coros de villancicos acompañados de guitarra, sus arroyos arroparon (con hielo) las desnudas carnes de seres extraterrestres y las hogueras perfumaban de humo las ropas y sacos de dormir.
A la falta de tecnología se añadían las precarias cámaras de fotos que, una vez revelados sus carretes, desvelaban que la espesa nube de humo o el desorientado ojo apuntador deterioraba los resultados. Por eso no tengo imágenes para enseñar esos afortunados albergues.
Recuerdo el día en que descubrimos El Pozarrón, aunque nuestra intención era encontrar La Mesta. Después de creernos perdidos y tras varias horas de caminata, hallamos la casa del Pozarrón y nos establecimos para pasar la noche, pero luego, indagando en el entorno, llegamos a La Mesta, donde habíamos quedado con el resto de la pandilla. Nos reunimos y decidimos pasar el fin de semana en El Pozarrón, el refugio que desde ese día nos acogió tantas y tantas veces.
ResponderEliminarO aquella ruta que iniciamos desde Uña con destino La Mesta. Salimos de madrugada, después de un viaje por gentileza de los camioneros del Carrero, y no llegamos hasta el anochecer. En el camino hicimos una incursión a un refugio de cazadores, que nos valió para saciar la sed de todo un día sin agua. Y cuando ya creíamos estar obligados a dormir a la intemperie, unas chispas en el horizonte nos guiaron para llegar a nuestra meta: La Mesta. Allí nos aguardaba otro de los nuestros para algarabía y alborozo de todos nosotros.