lunes, 17 de marzo de 2014

48.- EL TABACO

Rubio, negro, mentolao o acompañao.
Nunca he sido fumador, pero (si me guardáis el secreto y no se lo desveláis a mi madre), os confesaré que algo si que he fumao. Y ya es extraño que no me haya aficionado a tan molesto hábito, habiendo compartido aulas, juergas, acampadas, dormitorios y despachos con auténticos viciosos del humo.

Es sorprendente que en pleno siglo XXI, con el catálogo de libertades casi completo, esté tan limitado el uso y disfrute del pitillo, mientras que, en aquella época tan opresora, le regaláramos un cartón al maestro por el día de su patrón para que el resto del curso no nos faltara la dosis de nicotina regulada por el Ministerio de Educación. Arraigada servidumbre que se repetía en las consultas de nuestros médicos de familia.


Por tanto, no es de extrañar que en nuestro salto al instituto más de uno sisara el monedero en casa para comprar un paquetillo de tabaco tan sofisticado como el Rocío, con sabor mentolado, que dejamos de usarlo por miedo a quedarnos impotentes para siempre. De ahí el éxito de otras marcas nacionales como Celtas o Bisonte. Los importados se reservaban para momentos especiales.



Había antes más humate en el pasillo del Insti entre clase y clase que ahora en una discoteca. Avatares del destino que nos ha trasladado a la época del Abadie y del Smoking. Ahora no sorprende ver a chavales, en las puertas de institutos, sentados, practicando el viejo arte de liar y chupar goma antes de encender. Eso sí, tabaco con sabor a frambuesa, romero o vainilla.