viernes, 24 de julio de 2015

71.- REPOSTERIAS

Saciaban nuestra sed y, a veces, también el hambre.

A menudo encontrábamos compañía a sus alrededores.

Y siempre estaban abiertas al público.

Se trataba de un trío de locales pequeños transformados en menudos ultramarinos que aprovecharon el momento para hacer clientela. De propiedad familiar, siempre quedarán en la memoria por el nombre femenino que los regentaba: La Chelo, La Milagros y la Maribel.

No existen estudios, de esos que publican en las páginas finales los periódicos, que aclaren si fueron el origen de lo que ahora se ha extendido como “botellón”. La mezcla y el calimocho, tan difundidos ahora, eran los productos estrella. Baratos, frescos y con algo más de alcohol que la cerveza. La pecunia no daba todavía para los cubatas. Aunque con el tiempo todo se desarrolló. Mientras se procedía al proceso de mezclar refresco y vino con la ayuda de un veterano embudo, se compartían comentarios con los habituales clientes que comían pipas apoyados en el quicio de la puerta, la barra de la tienda o el capó del coche más cercano. La barandilla de la plaza quedaba bastante alejada para algunos de ellos. Gente como Mapi, Joselo, Güiqui, los “Bombonas” o los “Buzones” tenían la categoría suficiente para escoger sitio. Su amistad ganada a base de pesetas así se la concedía.

Y aunque la sed era calmada, a veces había que alimentarse. Aquí aparece el bocadillo de mortadela con pepinillos. La típica barra siciliana de embutido rosado era loncheada y estratégicamente colocada a lo largo del pan. Sobre ella, los pepinillos extraídos del enorme bote avinagrado. Y de ahí al estómago de los agradecidos jovenzuelos.



La corriente empresarial consiguió engatusar a otros comerciantes, entre los que sobresale Jose, el de la Repos. La leyenda hablaba de que se trataba de uno de los mejores expendedores de litronas de Mahou de toda España. El cierre de la Chelo le reportó clientela, y el trato y servicio, la masificación. Clientes habituales como Polín, Javi el Negro o Vergaz todavía se lamentarán de su cierre.

Casi todo desapareció. El incremento del poder adquisitivo en el siglo XXI y la tendencia a frecuentar la parte baja de la ciudad terminó con casi todos ellos. Todavía nos queda la Maribel para suministrarnos condumio en San Mateo.

Pdta: dejemos un sitio para el recuerdo de todos aquellos ancianos que recorrían las calles empedradas para recoger los vidrios que nosotros vaciábamos. Ingente labor que no han sabido gratificar las casas comerciales y los divulgadores del “no reciclable”.