viernes, 14 de mayo de 2021

110.- TONTO

Quizás se trate de la palabra que, con pocas letras, encierra todo el sentido del ser simple, falto de razón e incluso despreciable. 

Las previsiones post-pandemia intuían que “saldríamos mejores”, pero la realidad política y social nos ha demostrado que las secuelas han mostrado lo mejor del vocabulario soez. Cuando los discursos de los candidatos a conseguir el poder degeneran en una simple frase a modo de tuit, intentado que su mensaje llegue a la mayor parte de la población, significa que este grupo de personas destinatarias no se comportan como votantes, sino como ganado. Y en eso estamos, en conseguir la inmunidad de rebaño. Acompañan sus soflamas los dueños de los micrófonos. Algunos más moderados que otros, pero tampoco escatiman en recordarnos lo bordes y viles que consiguen ser nuestros representantes en los puestos de dominio público.

Presumo de no ver los programas de corazón y por tanto desconozco el repertorio de ofensas que puedan bramar sus tertulianos por esos labios engrosados con extractos de baba de caracol, aunque intuyo que su muestrario no puede ser muy extenso. Sin embargo, recuerdo momentos estelares tras las ondas de la radio de programas dirigidos por Pumares o García. ¿Quién no se acuerda de perlas del tipo correveidiles, abrazafarolas, lametraserillos, …? 
Ahora mi primo lejano (y serrano) ha recogido el testigo. Reconozco que no es sencillo practicar esta tarea con el arte que lo ejerce él. Asignar la palabra adecuada al personaje en cuestión de manera que sea lo suficientemente representativa para identificarlo y hacerlo de un modo irónico y gracioso solamente se consigue con mucha pericia.

Con más sorna que otra cosa lo hace Mota interpretando alguno de sus personajes históricos. Aunque los más conocidos sean bocachancla, mascachapas, piojoso, artosopas, o zumallo, mis favoritos son morropato y cierrabares. El muestrario que utiliza es amplio, aunque no sé si tan extenso e “histórico” como el que usaba un conocido profesor impartiendo esa asignatura en el instituto: batusis, cafres, bereberes, apaches, cosacos, bárbaros, ogros, selenios, tártaros, hotentontes, pies negros, makires, basiliscos, pichilingues, filibusteros, pinchaúvas, draconianos, prusianos…”. Quién sabe si desconocía que él mismo había contribuido a la elección del mote por el que le conocieron durante décadas. Me he permitido la licencia de buscar el significado de “makir” y debo corregir a nuestro querido profesor ya que, posiblemente, el vocablo correcto sería “makirita". 




 “El hombre no suele emplear términos medios cuando de enjuiciar las cosas que le atañen directamente se trata”, escribe Pancracio Celdrán en “El gran libro de los insultos”. Y qué cierto es. Por eso, y volviendo a la palabra que encabeza el título de esta entrada, debo confesar lo satisfecho que se queda uno cuando, vo-ca-li-zan-do, se le lanza de sopetón a la cara del conductor estúpido, orgulloso de saltarse las normas, de hacer ruido y molestar, mientras te mira a través de la ventanilla de su coche a la vez que esperas que el semáforo cambie de color.