sábado, 13 de enero de 2018

90 .- "OTRA DE ARBOLICOS"

Una nueva colaboración. Abierta la ventana, entra aire fresco. Ideas y sensaciones próximas. ¡Ánimo! Todavía quedan más.

"Haciéndonos eco de la solicitud del maestro del blog, me animo a compartir estos pensamientos con aquel que se disponga a gastar unos minutos en su lectura.

Lo primero y obligatorio, mi más profundo reconocimiento a su labor divulgadora, salvaguarda de momentos, escenas, episodios, y como no, a su incansable afición de desempolvar recuerdos y vivencias. Aunque a buen seguro, sin la facilidad de verbo a que estamos acostumbrados en los relatos que nos regala, doy un paso al frente, y daré forma al mío.
Canciones, libros, comidas, bebidas, momentos especiales, sucedidos en general, forman parte de nuestras vidas, grabados todos ellos en lo más profundo de nuestra memoria, y por ello, en nuestras vidas. ¿Y arboles? No hay árboles en nuestras vidas, no forman parte de nuestros recuerdos, incluso de nuestro presente? Como no. Ahí van los míos.

La noticia de la muerte del ficus de Murcia, me encogió el corazón, como a cualquier persona. Como las fatales noticias de los incendios que nos han asolado este año. También el hecho que el incendio de Poyatos, “La Muela”, “Sierra Cuenca”, haya pasado sin ningún inculpado. Vamos teniendo suerte de no ser portada de noticiarios, aunque estuvimos cerca este año con el Monsaete. Por los pelos.
Sería fácil abrir el libro de árboles singulares de CLM para elogiarlos. Hubo uno que estuvo a punto de formar parte de él, incluso pasó el casting, si así se puede decir. Una tormenta huracanada lo derribo antes de que estuviese inmortalizado en ese libro. Era un pino magnífico, estaba a pie del camino que va hasta la Fuente de la Tía Perra y el Cerviñuelo desde la pista de saca que baja a Tejadillos. Bastante parecido a ”el candelabro” de los Palancares. Cinco ramas muy verticales desde poca altura del suelo formaban este impresionante pino. No recuerdo bien, si éramos necesarios cuatro o cinco chavales para abarcar lo más recio de su tronco. Azares de la vida. Un día pregunté por él aprovechando un viaje de trabajo a los agentes forestales con los que estábamos citados. Uno de ellos no lo conocía. Cómo lo iba a conocer si no tendría más de veinticinco años. Su acompañante sí. Cómo no, media vida trabajando en esos montes. Fue el que me informó de su rotura, tres ramas de las cinco que tenía. Aprovechando una corta cercana, decidieron talarlo. A buen seguro prefirieron verlo cortado que desmembrado. No lo incluyeron en la guía, porque según los autores, la idea era que ésta sirviese para que los lectores pudiesen visitar los árboles que en ella se recogían. En el recuerdo quedan algunos ratos a pie de aquel pino, tumbados en la cuneta del camino, con las mochilas tiradas, mirando su copa al aroma de algún cigarrillo liado.

El pino “pulpo” es uno de esos raros ejemplares que si no estás debajo de él, pasa inadvertido. Se trata de un pino tan deformado que sus ramas, ocho, por cierto, están totalmente volcadas hacia el suelo. De lejos más bien parece un arbusto gigante. Cuando estas cerca, bien podría ser una cabaña de buen tamaño. Es un árbol anónimo, no lo busquéis en ningún compendio. El que tenga interés en conocerlo tendrá que ir desde Villarejo- Periesteban a Poveda de la Obispalía.

Sin salir del entorno urbano, ¿quién no conoce el cedro de “navidad” del parquecillo de San Esteban? Menos mal que ya no lo adornan con esas bombillas de colores que lo mataban un poco cada año. Otro en el mismo parque, en el extremo opuesto, es una especie única, existen poquísimos como él. Según dicen llegó a nuestra ciudad por un regalo. Mi ignorancia botánica me impide escribir el nombre de la especie, lo dejaremos como el árbol de las verrugas, porque eso es lo que tiene su tronco. No muy lejos de allí, dos tejos flanquean la entrada a los jardines de la Diputación. Y pensar que no hace mucho hubo un burro, un gilipollas de Diputado de turno, que llegó a mandar que los cortaran porque decía el idiota que estorbaban en la entrada al palacio. Menos mal que la idiotez no es contagiosa, ¿o si?

 Y cómo no, “el árbol del amor”, que desde la curva de la Audiencia anuncia cada año la llegada del calor, llenándose de flores exuberantes. Basta, que nos ponemos melosos.

Algunos árboles he plantado, unos están, otros por falta de cuidados ya no. Ciruelos, perales, manzanos, membrillos, guindos. Incluso un laurel y un lilo que me proporcionó alguien no muy lejano a este blog. Un acebo en plantel rescaté de un montón de marras que iban a desechar en el vivero de la vieja carretera de Madrid. El encargado: “eso no vale”, “pierdes el tiempo”, “si eso no se cría ni en Royo Frio, como se va a criar en la puerta de tu casa”, pues ya tiene dos metros de alto, p’a que veas.

Pero tengo la grandísima suerte, que el árbol de mi vida lo tengo en mi casa, y es que también tengo la suerte de vivir en el campo. He visto crecer este árbol desde que era un retallo de unos pocos centímetros, que tuvimos que proteger con unas estaquillas del trajín de las obras, pisadas de perros, y demás avatares, comprobamos que se trataba de un pino, doncel, como los llama mi padre, de los bonicos, de los piñoneros. Hoy es un pino de unos cincuenta centímetros de diámetro, más de uno por cada año que tiene. Si hay algo con lo que tengo que identificar el lugar donde vivo es con este pino. Eligió nacer aquí y yo decidí acompañarle.






Sería un necio si terminara este ladrillo sin compartir estas imágenes que tomé esta misma mañana. Si hay que poner un nombre, sería Esperanza. Esperanza de que podamos ver en este monte arrasado vida nueva cuanto antes. Observar los retallos verdes de las chaparras como brotan en el terreno quemado. Seguro que los más doctos saben que es algo normal, que forma parte de la regeneración propia en estos casos. Para el resto, es una visión optimista, esperanzadora, sin más.




Es una zona que ardió este verano, según cuentan los que allí estuvieron, como la pólvora. Miedo, pánico, es poco lo que sintieron los que se jugaron allí el pellejo. Unos minutos hubieran bastado para que se hubieran visto envueltos en el fuego. Desde la carretera de Minglanilla, llegó a la de Enguídanos y a la de Paracuellos en un santiamén. Salieron como pudieron y dejaron arder a merced del viento. Por suerte, se sujetó."