martes, 20 de noviembre de 2018

93.- DE CUENCA AL SALÓN DE LOS REINOS

Dicen que la casa de Martínez de Mazo, ahora posada, inspiró al genio Velázquez para situar a sus meninas sobre el lienzo. Leyenda o no, la estructura del salón con la puerta y escaleras de fondo es bastante aproximada. Esto ocurrió 310 años antes de que naciéramos los del 66.

Un niño pelirrojo y con pecas asomaba su cabeza por encima de la mayoría. Algo tímido se fue incorporando a las partidas de canicas, ensuciando las rodillas de sus pantalones con la arena del patio del colegio. Otro día nos acompañaba a cazar ranas a las charcas de los andenes de carga por la periferia de la Estación.
En plena transición, un destino familiar le privó de vivir en nuestra hermosa ciudad, pero se llevó el poso del arte y la cultura. Esos aires que, trescientos años antes, dejó impregnados Don Diego en la estancia de su yerno.

Cuando, entrado el siglo XXI, algunas marcas comerciales aprovechan el tirón económico de los que disfrutaron los ochenta, el sentido de la amistad, la familia y el reencuentro adquieren protagonismo. Algo que en nuestro grupo se intenta mantener con distintos eventos, sean anuales o conmemorativos. Uno de estos últimos encuentros nos ha hecho disfrutar de una jornada especial. Distinta.

El cabello pelirrojo se ha tornado algo canoso pero la envergadura se mantiene intacta. Mientras baja las escaleras se le intuye una sonrisa, bien porque comienza a reconocernos, bien porque va pensando su disculpa por la tardanza.
El paseo guiado entre Van der Weyden, Tiziano, Botichelli, Goya o Gisbert Pérez, se vivió en un suspiro, aunque el recibimiento fuera “a porta gayola”, por todo lo alto (todavía tengo en la retina el azul intenso de “La Anunciación”). Stendhal hubiera caído desplomado allí mismo. 



¡Cuánta emoción en sus relatos! Resulta curioso que los recuerdos de la niñez cambien el semblante de un personaje de su categoría. Los históricos locales de una calle en decadencia como Carretería, el permanente socavón a la entrada desde Madrid o la anécdota de su reencuentro por Europa con el inquilino que le relevó, destilan melancolía a espuertas.

Los abrazos de despedida presagian un nuevo encuentro. Mientras, se marcha por las calles de Madrid buscando en su memoria si de veras era Barambio el que lanzaba la canica de esa manera tan peculiar y certera que siempre le ganaba.