domingo, 23 de abril de 2023

120.- ABRÁZAME

Quiero hablaros de emociones. Pero no de todas. Puede que en otro momento recordemos situaciones que nos causaron miedo, asco o sorpresa y quizás, en otras, la ira a o la frustración se apoderaran de nosotros.

Sin embargo términos tan opuestos como alegría y tristeza logran manifestarse del mismo modo y éste no es otro que con la lágrima. Día tras día buscamos la primera y en ocasiones nos sacude la segunda. Ayer mismo noté como me palpitaba el pecho a la vez que se contraía la laringe empujándola hacia arriba, originando el conocido nudo en la garganta, e inmediatamente se me humedecieron los ojos. Una madre recogiendo en brazos a su hijo con el que cruzar la meta tras finalizar un recorrido rompepiernas fue el motivo. Su hazaña no se registrará en los libros de records, pues realizó los cincuenta kilómetros en un tiempo de doce horas, pero la ilusión con la que llegaba, agotada pero pletórica, derrochaba inmensa alegría en un cuerpo nada atlético y fuera de cualquier estándar de belleza actual. Frente a mi descubrí que no era el único que sentía esa impresión. El resto de público también permanecía de pie emocionado. Minutos antes ya había rebasado la línea un grupo de gente que, relevándose, habían conseguido llegar empujando varios carritos que portaban personas a las que la naturaleza no les trató como a los demás. Se abrazaron entre ellos y gritaban y aplaudían de júbilo. La corredora anterior solo tenía a su hijo a quien apretar contra su pecho. Hubiera saltado la valla para ofrecerle un achuchón.

Se trata de una manifestación humana de gran calibre, sobre todo en estos tiempos en los que cualquier gesto absurdo y “viral” se convierte en referente para un amplio grupo de seguidores incapaces de encontrar el sentido de la vida, el compañerismo, la amistad y la familia. ¿No es así, “bro”? 

Personalmente me causa gran placer observar un paso de semana santa al compás de una marcha procesional por el casco viejo de mi ciudad, abrazarme a un amigo para celebrar un gol o un triunfo de mi equipo favorito, o escuchar cómo el viento se desplaza entre las hojas de los majuelos en un paseo junto al río. Supongo que a mis amigos les pasará cuando alcancen la cima de un pico montañoso, o cuando el público les aplauda desde su butaca al finalizar la actuación, o cuando comprueben que sus hijos han conseguido los desafíos anhelados, o tal vez cuando su mascota se les acerque en señal de ternura. 




Afortunadamente el número de ocasiones con las que he vibrado de ese modo han sido superiores a las que el llanto ha surgido por todo lo contrario. El sofoco provocado por una mala noticia es incluso muy superior al registrado en el momento de la alegría. Todos sabemos de lo que hablo. Lo hemos sufrido, y en ocasiones, juntos. Y aunque ese dolor y tristeza nos abata, hemos podido sobrellevarlo gracias a un abrazo, un beso o una mirada. 

Tenemos que abrazarnos más. Conseguiremos liberar tensiones y mejorar el estado de los que nos rodean.