domingo, 25 de octubre de 2020

105.- CRONOLOGÍA DE LO ESPERADO

DIA 9: AL PUEBLO. Un viaje con ilusión al territorio abandonado, alejado del peligro.

DIA 10: LA CHISPA. Centro social del pueblo en estos días de otoño. Cerveza, diálogos y risas simples, sin rodeos.

DIA 11: LA CAÍDA. Un paso en falso y al suelo desde varios metros. Golpetazo de espaldas contra los escalones. Ambulancia para Cuenca. Costilla rota pero sin más daños internos. Vuelta a casa.

DIA 12: EL VIAJE. Volvemos a nuestro hogar con la sensación de habernos librado de un mal mayor.

DIA 13: EL BANDO. Llega la noticia del contagio con foco en el bar visitado. La preocupación es inevitable.

DIA 14: LOS RUMORES. Comienzan a aparecer los primeros positivos, algunos de contacto directo. La espada se alza sobre nosotros.

DIA 15: POSITIVO. Amelia confirmada, y los demás con casi toda seguridad. Iniciamos ronda de avisos al resto de contactos próximos.

DIA 16: NERVIOS. A la espera de pruebas seguimos alertando al resto de amigos y familiares que hayan podido contagiarse.

DIA 17: EL PCR. Prestos a recibir el bastoncillo por el orificio nasal. Trámite rápido y a casa. A esperar

DIA 18: POSITIVOS. Lo previsto, dos más. Miradas silenciosas entre nosotros.

DIA 19: PLENO. Santi también. Le ha costado conseguir la prueba fuera de su domicilio habitual. Cuatro horas en urgencias.

DIA 20: LA BUROCRACIA. El mundo de las autonomías. Gestiones telefónicas infructuosas ante un caso tan evidente por el mero hecho de vivir en un territorio distinto al de tu domicilio.

DIA 21: EL GUSTO. Amelín pierde el gusto. Ni chocolate ni ensalada. Ni fruta ni carne. Pobrecilla, pero lo lleva bien.

DIA 22: SUEÑO. No puedo dormir más de dos horas de un tirón. La costilla se me clava como si tuviera una nuez atada a los riñones.

DIA 23: LA PLACA. Varios días con cansancio acumulado y fatiga. Mi doctora propone revisar ese torso. Alivio. El bicho no afecta.

DIA 24: LA CAMA. Primera noche que duermo tumbado. ¡Qué sensación de descanso!

DIA 25: ESTADO DE ALARMA: Justo cuando salimos del pozo ¿volveremos al mes de marzo pasado?

viernes, 2 de octubre de 2020

104.- LAS TECLAS

No sé si me da más vértigo ver a los chavales escribir con los pulgares a la velocidad del rayo sobre una pantalla táctil de escasas pulgadas o intentar leer el resultado escrito sobre la pantalla de mi dispositivo cuando lo hago a mucha menos velocidad.

Los muchachos de “nueva generación” han adquirido esa habilidad de compaginar los emoticonos, las abreviaturas tipo ”salu2”, “qenk “ o “qtpsa” (que pienso yo, ¿tanto ahorran en comerse una sola letra?), con la rapidez en la escritura y la compresión de lo inteligible. Sin embargo, cuando colocan sus manos sobre el teclado en una mesa, muy pocos son los que utilizan los diez dedos para presionar. Con dos tienen suficiente, a lo sumo cuatro. Han crecido conociendo la distribución de las letras. Sitúan sin dudar la “a” a la izquierda de la “s” y la “b” junto a la “v” (qué gran acierto de C. L. Sholes al colocarlas ahí, muchas faltas de ortografía se lo agradecerán justificando un despiste), pero muy pocos han practicado con la famosas secuencias “ded” “kik” o “ñpñ”. 

En las visitas a la oficina de mi padre, observaba con atención como él tecleaba a un ritmo muy vivo con ese automatismo de los cuatro dedos.  Pero lo que en realidad me asombraba era ver a mi hermano  golpeando con los diez dactilares con una rapidez endiablada. Yo quería hacer algo igual, y la respuesta fue muy simple: “practica”, contestó mi padre. Y así, poco a poco, con un libro de método práctico de mecanografía comencé a adquirir la pericia necesaria para poder escribir un simple párrafo en menos de un mes. Gasté mucha cinta correctora, algún que otro folio, e incluso llegué a colaborar con las tareas propias de la oficina haciendo seguros de caza utilizando los sucios calcos que garantizaban una copia para el cliente. 



 Algunos de vosotros cogisteis el camino más rápido y seguro: “Meca-rapid”. Todavía recuerdo esperar a la salida de clase en el pasaje de la calle Colón las tardes frías de invierno. 

¿Quién no se aturullaba cuando la cinta de tinta se arrugaba o se hacía un pliegue? ¿En cuántas ocasiones había que colocar el folio bien para que no se torciera? 

Confieso que años después todavía me falla el meñique derecho y en ocasiones me adelanto al pulsar la tecla de la tilde. Pero lo que no llego a conseguir es escribir “Murcia” a la primera. Es una palabra que utilizo decenas de veces a lo largo del día, pero casi siempre debo rectificar. “Mrucia” es el resultado, aunque en honor al Pepi casi prefiero escribir “Mugcia”. Creo que me será más fácil.