martes, 16 de noviembre de 2021

112.- MAJADILLOS 2021

Por culpa de una pandemia retrasamos nuestro segundo encuentro a la edad de 55 años. Número muy relacionado con la independencia, además de la libertad y la aventura. Pues bien, al parecer esto de la numerología funciona, porque sí, hemos disfrutado de las tres formas, acaso la última no llegó a materializarse del todo, teníamos sal. Estaba escondida. 


También teníamos pan, y leña. Pollos y patatas. En realidad la comida no resultó ser un problema para nuestra supervivencia ya que nuestro “ángel de la guarda gastronómico” se encargó de la compra, el transporte y la preparación completa de los alimentos que pudimos disfrutar durante todo el fin de semana. Tan solo un colosal cocido le liberó de su participación en la cocina, porque este guiso mantuvo alerta a otro chef, nervioso por cumplir los horarios y no caer en la cama antes del tiempo acordado. 



Nuestro albergue dormía bajo un manto de estrellas impecable y quizás alguno de esos astros envolvió su entorno de arte y cultura. ¿Por qué si no nos visitó el espíritu de Mercury a cantarnos en una actuación memorable? (Eso sí, en gayumbos). ¿Cómo se puede crear poesía con tan pocas palabras si no es porque surgen de la boca de un auténtico profesional del verso? ¿Dónde se puede encontrar un éxtasis musical, si no es de madrugada, en penumbra, escuchando a Bach o Pavarotti? Quizás el conjuro de la amistad contribuyó a que este ambiente se fuera gestando lentamente, en esa búsqueda de delirio de sus participantes o de libertad que preconizaba el número de los dos dígitos siameses. 

La juerga, el jolgorio y la jarana aparecieron sin tener que esperarlas. Conforme los convocados bajaban del coche, pasaban a la estancia con su equipaje, cual concursante de Gran Hermano, y salían ya vestidos con el mono de la diversión. En breve comenzaban a sentir las contracciones abdominales provocadas por las carcajadas al escuchar los disparates y poemas inspirados por un acontecimiento futbolístico que sucedió hace años en Cartagena. Aquí quisiera hace un inciso sincero y no olvidar un par de menciones. La primera a Mari Luz, desconocida para todos y amante de la electricidad, y otra al concejal del municipio costero, tan falto de aseo personal. 



Aunque muchos consideren que en mi vida se esfumaron unos setenta u ochenta minutos debo confesar que no es así. Las personas pueden perder momentáneamente alguno de sus sentidos, pero no todos. Aun así agradezco las muestras de interés por parte de los allí presentes y, sobre todo, el espíritu salvaje, casi agresivo, demostrado mientras alentaban a Sansón. Ya no quedan entre la plebe tantas largas cabelleras, pero la fuerza y vitalidad se conservan. 

El tiempo, de nuevo, fue benévolo con nosotros. Hasta las cabras lo disfrutaron a nuestro alrededor. El monumento a la madera y la placa que lo preside ya pronosticaban esta reunión. Volveremos con la incorporación de quien nos ha fallado y, gracias a una magnánima decisión, con contendores para depositar nuestros residuos. 




Y qué más decir, pues que si en alguna ocasión queréis viajar con una tabla de windsurf, que sepáis que en tren no se puede. Eso lo dice un excelente trabajador y así lo corrobora su supervisor (ese que desconoce las aficiones del primero en sus ratos muertos).

miércoles, 27 de octubre de 2021

111. MI BICI

Acabo de vender mi bicicleta. Incido en el posesivo porque, aunque a en mi entorno hubiera alguna más, ésta era la única que me pertenecía. Sobre las demás han pedaleado mis hermanos, mis sobrinos, mi señora o mis hijos. La GAC de los ochenta sólo la he usado yo. Durante varios lustros ha permanecido suspendida por unas cuerdas en un cuarto para aperos esperando ser puesta de nuevo sobre el asfalto, antes de que mi hijo alcanzara la edad para que, finalmente, nunca se volviera a tocar. 


Todavía recuerdo el momento en el que acompañé a mi padre a la tienda de Ciclos García en la calle Fermín Caballero. Había aprobado la EGB y se convirtió en un premio inesperado, aunque ya la tenía vigilada desde el otro lado del escaparate en mis paseos por el barrio. Y era, como decíamos entonces ¡de carreras!

Desconozco los kilómetros que ha rodado sobre las carreteras de Cuenca, pero si sumamos la multitud de viajes hasta Chillarón, los paseos por la hoz del Huécar y las rutas camino de Villalba, habrá acumulado varios miles. No es que los trayectos fueran largos (en los ochenta todavía no existía la obsesion, o vicio, de ahora), quizás el destino más lejano al que llegó fue el Ventano del Diablo, pero la frecuencia de uso se convirtió en diaria. 

Nunca tuve aptitudes para el pedaleo, ni peso que lo facilitara, sin embargo las ganas de salir a la carretera con mis amigos eran suficientes para animarme a subirme a su sillín. Motivos no faltaban. Un baño en cualquier tramo del río Júcar, una escapada a casa de algún amigo en el entorno de Palomera, o una simple marcha antes de atardecer para ejercitar los músculos y el aparato locomotor. Incluso llegamos a madrugar para hacer la ruta por el Huécar subiendo por la Plaza Mayor antes de que acudiéramos a recibir las clases impartidas en el Alfonso VIII. 

Durante años se convirtió en el medio de desplazamiento que garantizaba mis filtreos juveniles por la parte alta de la ciudad, especialmente en los meses de verano. Las faenas familiares me requerían en la parcela o huerto que mis padres disfrutaban. Ante la alternativa de quedarme allí hasta volver a casa en coche, o pedalear hasta Cuenca antes de anochecer, opté por practicar esta última decisión. Fueron muchos, muchos kilómetros por la carretera vieja de Madrid, pasando por el puesto de Cruz Roja hasta alcanzar el cruce de Chillarón, y vuelta al final de la jornada estival. No había moto ni tampoco coche que la suplantara. Eso llegaría después. 




El Simca 1200 apareció como alternativa y en ese instante mi vieja GAC quedó colgada a la espera de volver a rodar, pero ese día nunca llegó. Recibió un par de retoques para mantenerla viva con la esperanza de que mis sucesores continuaran disfrutándola, pero ese momento nunca llegó. Las bicis actuales pesan menos, son estéticamente más bellas y funcionan mejor (o eso piensan ellos). La hubiera conservado todavía más y, aunque le tenía mucho cariño, confieso que tampoco he sufrido entregándola. 

La he tasado en algo más de lo que costó y mi comprador se la ha llevado para transformarla en un tándem para sus hijos. Espero que la disfruten tanto como lo hice yo.

viernes, 14 de mayo de 2021

110.- TONTO

Quizás se trate de la palabra que, con pocas letras, encierra todo el sentido del ser simple, falto de razón e incluso despreciable. 

Las previsiones post-pandemia intuían que “saldríamos mejores”, pero la realidad política y social nos ha demostrado que las secuelas han mostrado lo mejor del vocabulario soez. Cuando los discursos de los candidatos a conseguir el poder degeneran en una simple frase a modo de tuit, intentado que su mensaje llegue a la mayor parte de la población, significa que este grupo de personas destinatarias no se comportan como votantes, sino como ganado. Y en eso estamos, en conseguir la inmunidad de rebaño. Acompañan sus soflamas los dueños de los micrófonos. Algunos más moderados que otros, pero tampoco escatiman en recordarnos lo bordes y viles que consiguen ser nuestros representantes en los puestos de dominio público.

Presumo de no ver los programas de corazón y por tanto desconozco el repertorio de ofensas que puedan bramar sus tertulianos por esos labios engrosados con extractos de baba de caracol, aunque intuyo que su muestrario no puede ser muy extenso. Sin embargo, recuerdo momentos estelares tras las ondas de la radio de programas dirigidos por Pumares o García. ¿Quién no se acuerda de perlas del tipo correveidiles, abrazafarolas, lametraserillos, …? 
Ahora mi primo lejano (y serrano) ha recogido el testigo. Reconozco que no es sencillo practicar esta tarea con el arte que lo ejerce él. Asignar la palabra adecuada al personaje en cuestión de manera que sea lo suficientemente representativa para identificarlo y hacerlo de un modo irónico y gracioso solamente se consigue con mucha pericia.

Con más sorna que otra cosa lo hace Mota interpretando alguno de sus personajes históricos. Aunque los más conocidos sean bocachancla, mascachapas, piojoso, artosopas, o zumallo, mis favoritos son morropato y cierrabares. El muestrario que utiliza es amplio, aunque no sé si tan extenso e “histórico” como el que usaba un conocido profesor impartiendo esa asignatura en el instituto: batusis, cafres, bereberes, apaches, cosacos, bárbaros, ogros, selenios, tártaros, hotentontes, pies negros, makires, basiliscos, pichilingues, filibusteros, pinchaúvas, draconianos, prusianos…”. Quién sabe si desconocía que él mismo había contribuido a la elección del mote por el que le conocieron durante décadas. Me he permitido la licencia de buscar el significado de “makir” y debo corregir a nuestro querido profesor ya que, posiblemente, el vocablo correcto sería “makirita". 




 “El hombre no suele emplear términos medios cuando de enjuiciar las cosas que le atañen directamente se trata”, escribe Pancracio Celdrán en “El gran libro de los insultos”. Y qué cierto es. Por eso, y volviendo a la palabra que encabeza el título de esta entrada, debo confesar lo satisfecho que se queda uno cuando, vo-ca-li-zan-do, se le lanza de sopetón a la cara del conductor estúpido, orgulloso de saltarse las normas, de hacer ruido y molestar, mientras te mira a través de la ventanilla de su coche a la vez que esperas que el semáforo cambie de color.

miércoles, 24 de marzo de 2021

109.- UN AÑO DE PANDEMIA FICCIÓN.

Hastiado de la situación actual volvía a casa apremiado por la hora del toque de queda marcada por las autoridades sanitarias. En mi trayecto crucé caminando el amplio y solitario aparcamiento de un hipermercado cuando súbitamente escuché por la megafonía exterior: “les recordamos que por su seguridad y la de todos…….”. De repente me vi paralizado, vestido con un uniforme de trabajo de color azul gastado, como Winston Smith mientras escuchaba los mensajes de su GH. “Y pensó en la telepantalla, que nunca dormía, que nunca se distraía ni dejaba de oír (…)”. Volví a sentir la misma sensación de flaqueza que nos inundó un año atrás, al mismo tiempo que recordaba escenas de películas, pasajes de novelas, o capítulos de series de TV en las que este mundo ya estaba representado.

Continuando con 1984, “constituía un terrible peligro pensar mientras se estaba en un sitio público o al alcance de la telepantalla. El detalle más pequeño podía traicionarle a uno. Un tic nervioso, una inconsciente mirada de inquietud, la costumbre de hablar con uno mismo entre dientes, todo lo que revelase la necesidad de ocultar algo”. Con esta amenaza mantenían la distancia los clientes en la cola de pago del supermercado. Como autómatas, cabizbajos y ausentes, esperaban su turno respetando las normas impuestas. Fueron los primeros síntomas del hundimiento social al que estaba llegando la población tras las numerosas semanas que se mantuvo confinada. Luego, en casa, se repetía el ritual de lavados integrales, desinfección de ropas, esterilización de paquetes, incluso de comidas. La guerra contra lo dañino había comenzado y todavía no ha finalizado. 

Los órganos competentes encargados de combatir este virus solicitaron la colaboración de algunos grupos de compañeros de trabajo. Casi sin preparación ni formación se lanzaron a las calles como las antiguas cruzadas a los campos de batalla. Cubiertos con equipos de protección improvisados y con mochilas de pulverización a sus espaldas fumigaron durante días el mobiliario público, las fachadas y dependencias más vulnerables. Hacía poco que había terminado de ver la serie Chernóbil. Una imagen me vino a la mente. 




Otra estrategia adoptada por los expertos para su diagnóstico convergía en la necesidad de conocer, con suficiente antelación, qué personas estaban afectadas por la enfermedad. El método utilizado, en plena era digital, para extraernos una muestra de mucosa consistía en introducir un bastoncillo por el orificio nasal (como si quisieran implantarnos recuerdos). Schwarzenegger en Desafío Total buscaba el suyo: “acabo de pensar algo terrible, y ¿si es un sueño?”. “Pues bésame antes de que despiertes”, le contestaba la chica de sus sueños. 





Varias escenas basadas en metodologías futuristas empleaban máquinas de reconocimientos faciales, de lectura de retinas o de huellas digitales, fueron imitadas en las puertas de los centros oficiales, comercios y oficinas. El empleado encargado, con termómetro de infrarrojos en mano, certificaba que la persona a la que medía la temperatura corporal entraba a sus dependencias con la garantía de salud suficiente para no contagiar a los demás. Así que, dentro de mis rituales laborales, he descubierto que mi temperatura media anda por los 35ºC, llegando a registrar menos de 34ºC en algunas ocasiones. 

A falta de contacto físico, los amigos y familiares tuvieron que emplear sus dispositivos móviles para conectarse. Entablar una conversación, incluso mediante una videollamada en grupo, sirvió para mejorar el estado de ánimo y comprobar la salud de los seres queridos, pero también para criticar y mofarse de las autoridades, de los políticos y de los mandamases, ajenos a que el GH ya acechaba y contralaba las redes sociales. Por supuesto, aplicaron la censura digital. Los envíos masivos tuvieron que limitarse y algunos mensajes fueron eliminados de la opinión pública. Orwell volvía a emerger: “sólo la Policía del Pensamiento leería lo que él hubiera escrito antes de hacer que esas líneas desaparecieran incluso de la memoria. ¿Cómo iba usted a apelar a la posteridad cuando ni una sola huella suya, ni siquiera una palabra garrapateada en un papel iba a sobrevivir físicamente”. 

Poco después, casi sin darnos cuenta, comenzamos a inundar las calles, los bares y comercios, sin percatarnos de que dos gomillas sujetas a nuestras orejas impedían contemplar nuestros rostros y, sobre todo, de que disfrutáramos de las sonrisas tan necesitadas de ver y compartir. La psicosis latente entre los personajes de los 12 Monos empapó la sociedad. La mascarilla pasó a convertirse en una prenda imprescindible. Ya no sólo por ser obligatoria, sino porque nos protegía de lo desconocido. Garantizaba salud a la vez que futuro. La ignorancia del usuario novato ofrecía distintas versiones, diversos modelos, diferentes materiales. La protección o la estética. Dos series míticas me vinieron a la memoria. Mi favorita y Lost. 



Necesito salir de mi ciudad de adopción y los gobernantes no me dejan. En la película “La Isla” los protagonistas vivían controlados en una colonia, supuestamente por su propio bien, con la única opción de ser elegidos por sorteo para que consiguieran marchar a su paraíso.  No pienso esperar lo que dictamine el azar, la necesidad me obliga a que en mi equipaje incluya un salvoconducto que me proporcione el beneplácito del agente al mando en el control de carretera. Desgraciadamente, sólo secuencias de películas bélicas me traen recuerdos similares. Sujetos exiliados, huidos o convictos. No considero que me encuentre entre ninguna de estas opciones, pero la normativa me lo hace parecer. No estoy de acuerdo, estoy que trino. La huida urge. 

Sólo falta otro “Aló Presidente” en TV. Prefiero ver como pierde el Madrid. 
“Quien controla el pasado, controla el futuro. Quien controla el presente, controla el pasado”.

domingo, 14 de marzo de 2021

108.- PASAPALABROS

Os invito a participar en este juego donde podréis comprobar el grado de participación en vivencias comunes y vuestro conocimiento del entorno que nos acompañó durante el periodo de años en el que cambiamos de siglo. 




A. Muchacho que nos dejaba tocarle las tetas … a sus vacas.
B. Propietario del loro que chillaba mientras asaltábamos el jamón de su cocina.
C. Lugar donde Aldo participó en una memorable gallinita ciega. 
D. Bar de nombre cervantino con largas partidas de cubilete (entre las que destaca una mano histórica de resolis el día de navidad de 1987). 
E. Moza también llamada “dientes de sable”. 
F.  Primera palabra que os venga a la mente con la letra "efe". 
G. Onomatopeya pronunciada por un extraterrestre flotando en el Escabas.
H. Acción muy usada por el Skipy consistente en emitir palabras. 
I.  País de origen del músico al que fuimos a ver en Metro mientras jugábamos a despistar al Soso. 
J.  Pinchadiscos bajito, simpático y semanasantero. 
K. Animal que imitaba un amigo subiéndose a los árboles en La Frontera. 
L. Comercio conquense que nos proveía de los troncos de nata. 
M. Personaje que amenazó a Valentín con quemarle la tienda “otra vez”. 
N. Ocasiones en las que las chicas han organizado una comida. 
O. Número asignado al ganador del concurso de gachas del 2009. 
P. Válido tanto para nombrar al humorista de bajo nivel o para ir a tomar los botellines más fríos. 
Q. Contiene la Q, apellido de “El Truja”. 
R. Local conquense que compitió a nivel nacional como superventas de litronas.
S. Apodo utilizado para nombrar a un grupo de mozas que frecuentaban el Vaya. 
T. Equipo de futbol sala patrocinado por el Bar Zaida. 
U.Ave conocida por su característico canto en época nupcial imitado formidablemente por cierto conquense en estado de excitación.
V. Famoso tema de los Boney M versionado por el mismo cantante de "Anturce".
W.Zona del bar donde los mozalbetes usaban sus artimañas para espiar al sexo opuesto.
X. Contiene la X, medio de transporte utilizado por los “troner” al perder el autobús en la despedida de soltero del Potasio. 
Y. Contiene la Y, amor platónico del ET a la que cortejaba en clase con su “peto”. 
Z. Bellas hermanas objeto de destino de nuestros cánticos en el mes de mayo.



ANULADAS por desconocimiento, confusión y despropósito del autor del blog:
  • U. Apellido de portero de fútbol conquense conocido por su miembro viril.
  • W.Garito donde, en la noche vieja de 1989, le regalaron a Javi unas bragas. 

Debido a la reclamación de un jugador, la letra Z está en proceso de revisión en la sala VAR. 

sábado, 13 de febrero de 2021

107.- AUTOESTOP

Me cuesta admitir que las costumbres pierden fuerza al mismo paso que la sociedad se desarrolla. Algunas permanecen y otras evolucionan. Mientras que la tecnología perfecciona unas, otras se degradan por falta de uso. Algo parecido le ocurrió al atrevido gesto de mostrar el dedo pulgar en terrenos ocupados por las cunetas.

Desconozco su origen pero, al igual que vosotros, estaría perfectamente capacitado para iniciar un estudio didáctico acerca de sus características basado en experiencias vividas, no en vano, en los ochenta (otra vez asoman los ochenta) era el medio de transporte más económico y arriesgado del momento.

De aparente sencilla técnica, sólo se necesitaba un buen lugar para situarse, escaso equipaje y aseado aspecto, nunca imprescindible, aunque al menos eso garantizaba una mayor probabilidad de éxito. El porcentaje de fracaso  superaba al de victoria, pero la estadística saltaba por los aires con el simple hecho de que te abrieran la puerta.

La provincia de Cuenca es grande, de las que más. Sus distancias, tan cortas en el mundo digital, se convertían en largas travesías en aquellos tiempos de juventud. Conocimos campos poblados de pastores, de tractores cosechando, o carreteras visitadas por camiones cargados de madera y por ciclistas solitarios. Y en cualquier cruce de caminos, el sitio ideal donde apostarnos con el compromiso de seducir al próximo conductor y, en el peor de los casos, al siguiente. 

Cualquier viaje era una aventura. Se iniciaba con incertidumbre, como una final deportiva. Podías pasar de ser un mero acompañante de un sudoroso camionero a disfrutar de un placentero trayecto en un coche de alta gama, con Nabucco sonando en los altavoces, guiado por las estrellas al compás de las curvas que nos llevaban hasta las fiestas de mi querido pueblo serrano. También te podías encontrar, en plena carretera de montaña, como uno de tus amigos se bajaba de un taxi que lo había llevado a dedo hasta allí, cerca del río que lo escuchó balbucear "guifu". Siempre tuvo un dedo mágico.

El zurrón de lecciones de nuestras abuelas siempre contenía el consejo de llevar la muda limpia a la hora de viajar. No es que las fuerzas de orden público nos sometieran a la inspección ocular de gayumbos y calcetines, pero un aspecto higiénicamente saludable facilitaba la consecución del objetivo, que no era otro que acercarnos a nuestro destino con el menor esfuerzo  físico y económico. Aunque tampoco era garantía de premio, porque el destino nos colocaba en la  balanza frente a la voluntad del piadoso conductor que nos veía apostados en la carretera. Y ahí, en esos escasos segundos donde se cruzaban las miradas, el que llevaba el volante decidía. Eso sucedió una tarde en el que bajo el sol veraniego, acechantes en el cruce del Ventorro, con dirección a la Frontera,  un Seat no frenó, provocando el monumental enfado del Potasio que vociferaba e insultaba al conductor y que no era otro que nuestro barbudo profesor de geografía. 

Volvamos al mundo actual. Imagina un grupo de amigos en edad universitaria disfrutando de un fin de semana en la playa de Cullera. Una vez gastado todo el dinero, dos de ellos deciden volver a casa. Con su aspecto resacoso y somnoliento, provistos de una pequeña mochila por cada espalda, se colocan en un cruce alternando el turno para mostrar el dedo a la infinidad de vehículos que pasan a su lado. Sin perder la esperanza, y tras muchos minutos de espera un pequeño turismo con el distintivo de alquiler pegado en el cristal se detiene junto a ellos y les pregunta “¿adónde vais?”. “A Cuenca” responden al unísono. “Yo voy a Madrid, pero os puedo dejar cerca”, contesta la conductora que asoma algo más la cabeza por el habitáculo del coche, dejando atónitos a los muchachos. “Perfecto, podemos ir hasta Motilla del Palancar, gracias”. Exultantes de alegría abren las puertas y descubren a una brasileña vestida para combatir el calor de ese mes de julio, con un top de tirantes y minifalda. Agradecidos por el viaje tan seductor, charlan por el camino sobre las vacaciones que está disfrutando en España y el encuentro con su madre en Madrid. Por fin se detiene en el pueblo en destino donde les invita a un café como detalle de despedida. Mientras se alejaba de nuevo por la autovía, el Rubio y yo nos miramos perplejos, sin saber qué decirnos, quizás confusos porque aquel caramelo hubiera sido tan desaprovechado. ¿O no? ¿Qué hubiera ocurrido a día de hoy?

 


Gracias a este medio de transporte pude asistir a clase en mi época albaceteña. ¡Cuantos días de frío en la carretera de Las Peñas esperando compañeros que me recogieran! Y sobre todo, ¡cuántos viajes a Cuenca con los que evité el sufrido recorrido que me ofrecía el autobús que transitaba por media Mancha hasta llegar a mi casa!

Más que la desconfianza o el miedo a las malas compañías, las nuevas vías de comunicación y las restricciones normativas consiguieron exterminar esta práctica. Ahora se paga por lo mismo pero conociendo de antemano el modelo de coche y los hábitos del conductor. ¡Qué cosas!