domingo, 3 de agosto de 2014

56 - LA FERIA

Siempre ha sobrevivido a la sombra de la Semana Santa y la Vaquilla. Todavía resiste, pese a que las atracciones ya no atraen tanto, los precios no son tan populares y el recinto ferial cada vez queda más lejos del centro de la ciudad. 
Lo cierto es que cuando uno levantaba un poco del suelo, mantenía la ilusión de pasear bajo las bombillas de colores mientras te pringaba con una manzana de caramelo o un algodón de azúcar. De observar a los macarras como conducían los coches de choque con el brazo por fuera, sentados en el lateral de un vehículo que querían, pero no tenían. De pegarle puñetazos al balón de "La Ola". De cruzarte con el grupo de chicas a las que sus padres nunca dejarían solas excepto en esas fechas festivas. En resumen, aferrarte a un objetivo con el que justificar las primeras salidas nocturnas en edad infantil. ¿Qué le diremos ahora a nuestros retoños? 
Con el tiempo conseguimos disfrutar asaltando en grupo los puestos de carreras de camellos (mal negocio para el feriante que se cruzó con nosotros, al igual que el del puesto de las pelotas y los tres muñecos). Después, apoyados en la pringosa barra del Tori, apaciguar nuestra sed mientras comíamos unas tiras de salchichas o algún que otro pollo asado, antes de compartir un cucurucho de churros con las primeras luces del día. 
Ya no queda cerca el césped del Carrero para retozar con unas cervezas o con los premios conseguidos estirando el brazo en el hipódromo camellil. Nuestros preparados gestores municipales lo cambiaron por una extraordinaria estructura metálica que se caerá a pedazos antes de que el río Júcar le muestre la tutoría de sus propiedades. 



Poco tiempo empleábamos en observar el desfile de carrozas, excepto cuando la Reina de las Fiestas estaba de buen ver y además era conocida. Ninguno en participar de las actividades del Vivero, pero si que animábamos a saltar del trampolín de la piscina de la Playa a dos ángeles rubios mientras se disputaban un trofeo. Tampoco olvido como un grupo de jóvenes revoltosos ponía en jaque a experimentados ajedrecistas. A veces incluso ganábamos algunas perrillas apostando a caballos como Caprichosa o Pie Veloz (¡ay, aquella Stra Cabanas!)
Y al final, a correr bajo la pólvora de Carretería con el triste presagio de que se acercaba el comienzo del nuevo curso.

Unos cuantos conciertos de pop español y algunas corridas de toros bien acompañadas de las viandas preparadas en el Pelusa completaban el programa. En pocos años nos sentaremos en el Parque San Julián a ver la Zarzuela, esperando que salga Manolita Chen o, incluso, alguna de sus bisnietas.