sábado, 13 de febrero de 2021

107.- AUTOESTOP

Me cuesta admitir que las costumbres pierden fuerza al mismo paso que la sociedad se desarrolla. Algunas permanecen y otras evolucionan. Mientras que la tecnología perfecciona unas, otras se degradan por falta de uso. Algo parecido le ocurrió al atrevido gesto de mostrar el dedo pulgar en terrenos ocupados por las cunetas.

Desconozco su origen pero, al igual que vosotros, estaría perfectamente capacitado para iniciar un estudio didáctico acerca de sus características basado en experiencias vividas, no en vano, en los ochenta (otra vez asoman los ochenta) era el medio de transporte más económico y arriesgado del momento.

De aparente sencilla técnica, sólo se necesitaba un buen lugar para situarse, escaso equipaje y aseado aspecto, nunca imprescindible, aunque al menos eso garantizaba una mayor probabilidad de éxito. El porcentaje de fracaso  superaba al de victoria, pero la estadística saltaba por los aires con el simple hecho de que te abrieran la puerta.

La provincia de Cuenca es grande, de las que más. Sus distancias, tan cortas en el mundo digital, se convertían en largas travesías en aquellos tiempos de juventud. Conocimos campos poblados de pastores, de tractores cosechando, o carreteras visitadas por camiones cargados de madera y por ciclistas solitarios. Y en cualquier cruce de caminos, el sitio ideal donde apostarnos con el compromiso de seducir al próximo conductor y, en el peor de los casos, al siguiente. 

Cualquier viaje era una aventura. Se iniciaba con incertidumbre, como una final deportiva. Podías pasar de ser un mero acompañante de un sudoroso camionero a disfrutar de un placentero trayecto en un coche de alta gama, con Nabucco sonando en los altavoces, guiado por las estrellas al compás de las curvas que nos llevaban hasta las fiestas de mi querido pueblo serrano. También te podías encontrar, en plena carretera de montaña, como uno de tus amigos se bajaba de un taxi que lo había llevado a dedo hasta allí, cerca del río que lo escuchó balbucear "guifu". Siempre tuvo un dedo mágico.

El zurrón de lecciones de nuestras abuelas siempre contenía el consejo de llevar la muda limpia a la hora de viajar. No es que las fuerzas de orden público nos sometieran a la inspección ocular de gayumbos y calcetines, pero un aspecto higiénicamente saludable facilitaba la consecución del objetivo, que no era otro que acercarnos a nuestro destino con el menor esfuerzo  físico y económico. Aunque tampoco era garantía de premio, porque el destino nos colocaba en la  balanza frente a la voluntad del piadoso conductor que nos veía apostados en la carretera. Y ahí, en esos escasos segundos donde se cruzaban las miradas, el que llevaba el volante decidía. Eso sucedió una tarde en el que bajo el sol veraniego, acechantes en el cruce del Ventorro, con dirección a la Frontera,  un Seat no frenó, provocando el monumental enfado del Potasio que vociferaba e insultaba al conductor y que no era otro que nuestro barbudo profesor de geografía. 

Volvamos al mundo actual. Imagina un grupo de amigos en edad universitaria disfrutando de un fin de semana en la playa de Cullera. Una vez gastado todo el dinero, dos de ellos deciden volver a casa. Con su aspecto resacoso y somnoliento, provistos de una pequeña mochila por cada espalda, se colocan en un cruce alternando el turno para mostrar el dedo a la infinidad de vehículos que pasan a su lado. Sin perder la esperanza, y tras muchos minutos de espera un pequeño turismo con el distintivo de alquiler pegado en el cristal se detiene junto a ellos y les pregunta “¿adónde vais?”. “A Cuenca” responden al unísono. “Yo voy a Madrid, pero os puedo dejar cerca”, contesta la conductora que asoma algo más la cabeza por el habitáculo del coche, dejando atónitos a los muchachos. “Perfecto, podemos ir hasta Motilla del Palancar, gracias”. Exultantes de alegría abren las puertas y descubren a una brasileña vestida para combatir el calor de ese mes de julio, con un top de tirantes y minifalda. Agradecidos por el viaje tan seductor, charlan por el camino sobre las vacaciones que está disfrutando en España y el encuentro con su madre en Madrid. Por fin se detiene en el pueblo en destino donde les invita a un café como detalle de despedida. Mientras se alejaba de nuevo por la autovía, el Rubio y yo nos miramos perplejos, sin saber qué decirnos, quizás confusos porque aquel caramelo hubiera sido tan desaprovechado. ¿O no? ¿Qué hubiera ocurrido a día de hoy?

 


Gracias a este medio de transporte pude asistir a clase en mi época albaceteña. ¡Cuantos días de frío en la carretera de Las Peñas esperando compañeros que me recogieran! Y sobre todo, ¡cuántos viajes a Cuenca con los que evité el sufrido recorrido que me ofrecía el autobús que transitaba por media Mancha hasta llegar a mi casa!

Más que la desconfianza o el miedo a las malas compañías, las nuevas vías de comunicación y las restricciones normativas consiguieron exterminar esta práctica. Ahora se paga por lo mismo pero conociendo de antemano el modelo de coche y los hábitos del conductor. ¡Qué cosas!