jueves, 25 de julio de 2019

97.- OPERACIONES NOCTURNAS

Sometido al constante foco de luz que desprendía el flexo del despacho. Agotado por las horas de interrogatorio. Afectado por la resaca del día anterior. Hambriento porque no había pasado por Lerma. 

 - ¿Nos lo vas a contar todo? ¿Quién te acompañaba? ¿Cuántos sois? 

No deseaba hablar, pero sí tenía mucha sed. Pedí agua. Si hubieran visto algún episodio de las series policiacas que emite cualquier portal digital no me la habrían ofrecido, pero en aquellos tiempos Starsky y Hutch trabajaban más en la calle que en la oficina. Así que, tras varias horas “secuestrado” por el Jefe de Estudios y varios vasos de agua, me dejaron salir del instituto. 

Fuera, junto al banco del “carrero”, me esperaban mis compañeros de aventura. Se les notó alegría al verme, y al instante comenzaron a preguntarme casi con tanta insistencia como mis captores.

- ¿Qué te han dicho? ¿Han llamado a la pasma? ¿Les has dicho quiénes éramos? ¿Te van a sancionar? ¿Se lo han dicho a tu familia? 

Todo era mucho más sencillo. Susto, bronca y a casa. Ya os dije que no había internet, pero tampoco tantas normas para menores, fumadores, animales o transexuales. Vivíamos en la que, yo considero, mejor época de la democracia española. Libertad sin excesos ni complejos. Un mundo abierto a la exploración, donde la Plaza Mayor era “zona prohibida” y el Parque San Julián tenía guarda. Los cigarros se vendían sueltos y los jóvenes inventaban el botellón, eso sí, con reciclaje de vidrio y sin plásticos que llegaran hasta el mar. 

 ¿Cuál había sido nuestro delito? Algo descatalogado en cualquier código penal, asaltar los despachos de los profesores en una operación nocturna con el objetivo de encontrar los exámenes que evaluarían en septiembre. Aprovechando las noches de feria y la inmediatez de las fechas de recuperación , hacíamos gala de nuestro estado físico para saltar el muro y adentrarnos en los oscuros dominios del Alfonso. Con la táctica perfeccionada nos dirigíamos hasta la conserjería para conseguir el manojo de llaves. Y de ahí, a probar cerraduras. Sobre las mesas, tan sólo papeles, carpetas, libros y ceniceros y, ocultos en las estanterías, más libros, más carpetas y algunas botellas de vino o de coñac. Aficiones de profesores. Imagino que en este siglo seguirán teniéndolas, o quizás algo más consistente. 



Nunca nos pillaron. Tampoco necesitamos aprobar ningún examen a pesar de nuestra osadía. Pero generábamos adrenalina "pa vender". Y todo, sin grabarlo en nuestro inexistente móvil y subirlo a la redes sociales. Héroes anónimos de consumo propio.