martes, 14 de noviembre de 2017

89.- NUESTROS ÁRBOLES

La estricta sequía, a la que nos somete este supuesto y dañino cambio climático, provocó este verano que un ejemplar de Ficus macrophylla (lo que viene siendo vulgarmente un “ficus”) haya rasgado sus enormes ramas,  con la suerte de no causar graves daños para los que en la plaza de Santo Domingo se tomaban su cerveza con marinera.

Viendo las fotos en los periódicos locales y escuchando el dramatismo con el que los ciudadanos ya echaban de menos al emblemático ejemplar yo también me he acordado de aquellos árboles que nos dieron sombra, cobijo y nos acogieron bajo su morada.

Sin ánimo de lastimar, algún ejemplar se sacudió de encima jóvenes con espíritu de Tarzán. Una escayola en el brazo dejó sin fiestas y sin chica al más atrevido.

Muchos olmos se acartonaron en las últimas décadas. Las plazas de los pueblos a las que daban nombre se quedaron sin su titular. El de Tragacete, junto a la iglesia, también tenía un bar en su honor. Uno de sus últimos servicios fue ampararnos tras una etapa del Rally Raid.

Pero si alguna especie abarrota nuestro territorio, ese es el pino. Denostado por los ecologetas, ha cumplido una función protectora fundamental en el ámbito rural. Y no solo a nivel conservador, sino socioeconómico. Muchos pueblos han perdido ingresos y población por el desarrollo industrial y un proteccionismo mal entendido y por ende, peor gestionado.

En los Palancares todavía se mantiene esbelto uno de los pinos candelabro, abuelo, llamado “del sumidero”. Durante mi proyecto fin de carrera, sus más de cuatrocientos años me vieron pasear por sus alrededores cargado con la forcípula, cinta, lápiz y libreta. Casi cuarenta metros de altura y veinte de diámetro de copa. Categoría especial. Curiosas jornadas las que pasé tomando datos con un auxiliar de renombre, mi padre. Tan extraordinario, vetusto y fuerte como él.



El Pino del Osejón sobresale entre sus vecinos. Excepcionales dimensiones que podemos comprobar en un panel informativo colocado a sus pies. Eso sí, las moscas burreras esperan ocultas en las cunetas. Recomiendo cubrirse la piel frente a sus mordeduras.

Y el pino amigo. El que más nos ha acompañado. El que ha crecido junto a nosotros. El que, sigiloso, observaba las trampas del mus y el manoseo a las muchachas. Ahora le han quitado su banco. Su pareja inseparable. La restauración del viejo “Carrero” lo dejó viudo. Aun así, permaneció elegante entre el resto de los de su especie hasta que también fue eliminado.



Los chopos de las Hoces. Las sabinas de Tierra Muerta. Los tilos de la hoz de Beteta. En cualquier foto aparecen ahí, silenciosos junto a nosotros. Todavía están en pie. Otros, sin conocerlos, como las acacias, le pusieron nombre al callejón de la risa.

He plantado más árboles que he cortado. Tengo dos zagales que completan la pareja. Sólo falta que a través de este blog vaya confeccionando un libro, aunque sea de nuestra vida y apenas tenga una docena de lectores.