martes, 28 de marzo de 2017

85.- CARTELERIA CUARESMAL

El mundo de la imagen y el sonido.
Fotos y vídeos por doquier. Información asimilada al instante. Cómoda, holgazana y, la mayoría de las veces, soez.
Me contaron que el auge de las vidrieras en la edad media venía respaldada por la imperiosa necesidad de cristianizar e informar a un gran colectivo de la población analfabeta. Las místicas imágenes sobre cristales coloreados les ahorraban el tedioso trabajo de leer fragmentos de los evangelios, imaginándose los pasajes mientras los observaban iluminados por los rayos del sol.
Pues mil años después seguimos igual. Poca lectura. Mucha observación.

Pero a mi también me gusta el mundo visual. Y uno de sus mayores exponentes es la cartelería. Festiva, lúdica o cultural. Y en especial la que nos anuncia nuestra gran semana conquense. Siete días que se transforman en una representación irreal. Como dice Bumbury "el mismo teatro, en el que tantas veces, actuó".
Para divulgar esa tradición se elige el cartel de Semana Santa. Obra publicitaria a veces convertida en arte y otras en triste papel pegado en un escaparate.
Tengo algún recuerdo de los editados en los años cincuenta, porque aún no habiendo nacido todavía, los veía en folletos y librillos que guardaba mi abuelo. Incluso duermo de vez en cuando debajo de el que anunciaba la del 53.
Los del Grupo Delta de los setenta son inolvidables. Nazarenos y casco antiguo. Pura cepa del conquensismo en plena transición. Continuidad fotográfica en los ochenta de la mano de los hermanos Culebras y Amancio Contreras . ¿Quien no tiene en mente ese Ecce-Homo escoltado por piedras calizas sobre el anochecer ocre del cielo? Y por entonces que aparece El Pedagogo con un cartel distinto, rompedor y catalogado como de los más atrevidos y más vistosos de la época moderna. Bruscos trazos negros sobre fondo blanco. Así de simple, Genial. Suerte tenemos de que treinta años después siga pintando y exponiendo. ¡Histórica noche con él en el Cano previa al Camino del Calvario!
En aquellos otros años en que se elegía por concurso, el que escribe se presentaba ilusionado con ver colgado de la sala de la Caja de Ahorros de CyCR su modesta obra. Fue el inicio de una afición que todavía perdura, y alguna alegría me ha dado.
Y de ahí a los encargos. Prestigiosos autores de distinto estilo han intentado con mayor o menor gloria difundir nuestra Semana Santa.  En 1996 aparece la obra maestra. Saura y sus monigotes. Nazarenos transformados en turbos y espectadores. Todo revuelto. Caos y desorden entre la multitud.
Mosset y Zapata volvieron a emocionarme. Gore o no, el de este último cuelga sobre mi almohada y junto a su trabajo en las puertas del Salvador consiguió ganarse, pese alguna que otra crítica, el respeto de la calle.
Ha sido lo mejor del siglo XXI, periodo en donde algunos coetáneos nuestros no han convencido. Diacha volvió a la tradición fotográfica componiendo un cartel sobrio, de los de antaño.



Paralelamente, una asombrosa colección. Cualquier edición de la Semana de Música Religiosa ha estado precedida de un maravilloso cartel.
Abstración y mensaje. Sin imágenes. Colores y sencillez. Artistas consagrados pintando corcheas.



Mientras tanto, yo sigo aquí. Captando ideas, momentos, instantes que me sirvan de inspiración para continuar compitiendo. Hasta ahora no me ha ido mal. Varias veces ganador de un modesto concurso de las redes digitales y otras tantas finalista o recibiendo una mención especial.
Un hobbie trasladado a otros campos menos místicos como la divulgación en asuntos de playas, incendios o fiestas populares. Trabajos que quedarán escondidos en algún sitio, y tal vez puedan ser observados por alguien que venga detrás.








sábado, 4 de marzo de 2017

84.- CARNAVAL

De entre las dos propuestas etimológicas de “carnaval”, no sé si prefiero la segunda a la primera.

El origen latino carnem-levare, “abandonar la carne”, está más ligado a las consecuencias religiosas dictadas por la iglesia en aquellos siglos más propios de los Stark o los Targaryen. Comienza la Cuaresma, y los viernes serán día de sardinas. Para celebrarlo, los conquenses la reciben comiendo chorizos con tortilla por los prados de las hoces cercanas a la capital. Como ahora, los nacidos en el siglo XXI celebran todo de igual manera, se reparten carros de Mercadona y se esparcen botellas y plásticos por esos parajes naturales. Pese a que algún barrio ha intentado fomentar el disfraz y la comparsa, ya han trascurrido suficientes años para demostrar que el conquense no está preparado disfrutar de esta festividad. Pese a eso, durante aquellos maravillosos años noventa, tuvimos momentos para colocarnos una máscara, una peluca o unas gafas y pintarnos la cara para transformarnos en hippies, indios, monjas o personajes de dudosa definición. Registros fotográficos lo certifican, aunque cueste identificar al titular del disfraz. Cuenca, Palomera y Madrid fueron testigo de ello.
Sin embargo, no muy lejos de allí, en aquellas tierras manchegas donde nuestro amigo LuisCar montó su negocio, pude disfrutar de unos de los mejores Carnavales de España. Imaginación a raudales y desenfreno en las calles. Crítica y burla sin rencor. Simplemente ganas de pasarlo de bien. Eso sí, con una larga tradición detrás.





El segundo planteamiento nos lleva hasta su origen celta. Dicen que “Carna” era la diosa de las habas y el tocino, y estos ingredientes me trasladan hasta Murcia (los michirones no existirían sin ellos). Lejos de abandonar la carne, la fomentan. Caderas, ombligos, escotes y muslos al compás de las charangas se exhiben por las calles de Águilas o el Cabezo de Torres. Eso del periodo cuaresmal se las trae al pairo. Los días grandes son el fin de semana posterior al Miércoles de Ceniza, y hasta la sardina la entierran después de Semana Santa. La anarquía oficializada. Son así.

Recuerdo un profesor mío de la universidad que impartía sus clases ataviado con una peluca, o con una máscara, porque en su pueblo vivían el carnaval con intensidad. Ojalá en Cuenca estuviera arraigado como en otros territorios, hubiéramos visto más carne por la calle y yo me hubiera podido comer aquellas costillas en las Brasas.