Hay que esperar cada cuatro años
para vivir la intensidad del deporte en todas sus facetas y durante esas tres
semanas nos emocionaremos y también maldeciremos tras el error que nos deja sin
galardón.
El primer recuerdo que tengo es
el de un tío con bigote y siete medallas colgando sobre el pecho. Creo que ahí
empecé a sentir el gusanillo de la competición, y de valorar la satisfacción
como recompensa del esfuerzo.
Moscú 1980 fueron mis primeras olimpiadas
seguidas por televisión. Gracias a unas retransmisiones a cuenta gotas aplaudí
la primera presea entregada a un compatriota, la de Jordi Llopart.
Las noches del verano del 84 las
sufrí compaginando los eventos en la costa americana con los estudios
pendientes para septiembre. ¡Maldita Potaja! La juventud de entonces y la
habitual falta de triunfos nacionales nos hicieron vivir con intensidad cómo
nuestro equipo de baloncesto perdía de paliza contra otro que tenía a un
universitario llamado Michael Jordan. Veintiocho años después tuvimos la
oportunidad de la revancha en Londres, donde a menos de dos minutos perdíamos
tan sólo de seis puntos contra los todopoderosos colosos de la NBA. Abascal desafiaba a Aouita en 1.500, aunque la gran rivalidad de la
época era la de Carl Lewis vs. Ben Johnson (por cierto, habrían sido últimos en
la final del otro día en Paris).
¿Os acordáis de algo destacable
de Seúl? ¿Y de Antonio Corgos? Allí aprendimos que un tío dopao puede ganar carreras
(¿quién sabe cuántos más lo han hecho?), y que el mito de la velocidad
canadiense era una engañifa. Así que brincaremos hasta el gran acontecimiento
deportivo celebrado en nuestro país. Elijo el vuelo de la flecha hacia el
pebetero y a Fermín Cacho abriendo los brazos en cruz cuando cruzaba la meta
como los momentos más emocionantes que presenció Cobi en directo. ¡Cuánto me
hubiera gustado estar participando como voluntario y disfrutar de la ceremonia
de clausura bailando el “naino naino na” de Los Manolos junto a
Magic Jhonson!
De nuevo a los “iu es ei” en el
1996. Recuerdo un doblete de ciclismo con el oro en manos del gran Induráin, que
había dejado su “Espada” en casa para ganar la crono. Urdangarín formaría parte
de la familia real tras su medalla de Sídney. Después dimos paso al siglo XXI,
que nos traería una buena colección de metales en remo y piragüismo.
Llegaron los juegos de Pekín para
enseñarnos que la milenaria ciudad china ya no se llamaba así, sino Beijin. En
aquellas tierras orientales corroboraron su palmarés dos ídolos nacionales como
Nadal y Lydia Valentín, pero también deslumbraron otros dos campeones del
deporte mundial, los hombres más rápidos sobre agua y tierra: Phelps y Usain Bolt.
Con Mireia descubrimos que no
sólo los nadadores españoles afincados en suelo americano sabían nadar y que
algunas raquetas distintas a las del tenis nos darían muchas alegrías y alguna
que otra desdicha. Pocas veces me he emocionado tanto como cuando Carolina
Marín lloraba de rodillas sobre la pista tras una desgraciada lesión.
Pero el tiempo no sólo cuenta para los deportistas, también
ha retirado a comentaristas cuyas voces se mantendrán en nuestra memoria. Las
más recientes, las de María Escario y Paloma del Río y las de otras más
legendarias como las de Gregorio Parra en atletismo, Héctor Quiroga y Trecet en
baloncesto o Luis Miguel López en balonmano.
Acaban de terminar los JJOO de
París 2024. Han sido la antesala de la despedida de Nadal, de Rudy y de
Carolina. Desgraciadamente también han servido de escaparate para los “haters”
(esas
personas amargadas y sin amigos)
que disfrutan de la derrota del compatriota porque no comparten sus ideales. Y
quién sabe si se abre una nueva vía de competición para los que sienten una preferencia
sexual más propia de los programas televisivos de primeras citas. Ni Kratochvílova
habría imaginado nada igual.
Nunca sabremos si, con más
dedicación, Nacho y Barambio hubieran disputado alguna carrera a Sebastian Coe.
O si Jose Mi habría conseguido un doble mortal y medio carpado desde el
trampolín de tres metros en una reñida final contra los chinos. Imaginad al
Skipy de abanderado encabezando la delegación española acompañado de Lidio y el
Buendi. Disfrutad de Vergaz preparando el balón perfecto para que Palomares remate
a la esquina en el último set, de un pabellón volcado con el Koala tras pararle
un contrataque a Balic. ¿Y si
Valentín le taponara un triple de Kurtinaitis a falta de dos segundos? Soñad.