sábado, 5 de octubre de 2024

125.- LA SOCIENECEDAD

¿En qué sociedad vivimos si hay más locales en la calle dedicados a la estética de las uñas que carnicerías?  Así es, al menos donde yo vivo, y así lo he constatado en un largo paseo por las calles de la ciudad. Es más fácil que te pinten margaritas blancas sobre uñas de color azul que comprar unas tiras de panceta. ¡Incluso las de los pies!

Los gurús de la comunicación no paran de alertarnos ante el incipiente apocalipsis que vivirán los jóvenes actuales, sin posibilidades, sin medios económicos, sin hogar y sin trabajo. No es de extrañar, se gastan más en piercings, cortes de pelo, tatuajes, uñas y gimnasio, que en comer. Y si se alimentan es a base de brotes verdes, pienso parecido al que engullen los pájaros y de cosas que crecen en los árboles. ¿Dónde quedaron los bocadillos de mortadela con pepinillos? Surgen más centros de estética, clases de yoga, barberías, clínicas de implantes o prótesis diversas, que ultramarinos. El futuro está envuelto en papel celofán.


Hace unos días estuve inmerso en un caos digital provocado por la caída de telefonía móvil en las fiestas de mi pueblo. A los que veíamos Mazinger Z no nos preocupó mucho, pero los que han cazado Pokemons casi sufren ataques de pánico. No podían pagar la bebida en el bar, no podían atender los videos de tiktok e incluso ¡no podían quedar con sus amigos ni sabían dónde paraban! No conocieron el banco del Carrero.

Mientras en televisión sigan promocionando determinados concursos, en pocos años tendremos más cantantes que fontaneros, más modelos que albañiles, más influencers que mecánicos y más tontos que botellines. Parece que ya nos lo advirtió el Rey Salomón: “stultorum infinitus est numeris”. Si, amigos, el número de necios es infinito.


miércoles, 14 de agosto de 2024

124.- MIS JUEGOS DE OLIMPIA

Hay que esperar cada cuatro años para vivir la intensidad del deporte en todas sus facetas y durante esas tres semanas nos emocionaremos y también maldeciremos tras el error que nos deja sin galardón.

El primer recuerdo que tengo es el de un tío con bigote y siete medallas colgando sobre el pecho. Creo que ahí empecé a sentir el gusanillo de la competición, y de valorar la satisfacción como recompensa del esfuerzo.  

Moscú 1980 fueron mis primeras olimpiadas seguidas por televisión. Gracias a unas retransmisiones a cuenta gotas aplaudí la primera presea entregada a un compatriota, la de Jordi Llopart.

Las noches del verano del 84 las sufrí compaginando los eventos en la costa americana con los estudios pendientes para septiembre. ¡Maldita Potaja! La juventud de entonces y la habitual falta de triunfos nacionales nos hicieron vivir con intensidad cómo nuestro equipo de baloncesto perdía de paliza contra otro que tenía a un universitario llamado Michael Jordan. Veintiocho años después tuvimos la oportunidad de la revancha en Londres, donde a menos de dos minutos perdíamos tan sólo de seis puntos contra los todopoderosos colosos de la NBA.  Abascal desafiaba a Aouita  en 1.500, aunque la gran rivalidad de la época era la de Carl Lewis vs. Ben Johnson (por cierto, habrían sido últimos en la final del otro día en Paris).  

¿Os acordáis de algo destacable de Seúl? ¿Y de Antonio Corgos? Allí aprendimos que un tío dopao puede ganar carreras (¿quién sabe cuántos más lo han hecho?), y que el mito de la velocidad canadiense era una engañifa. Así que brincaremos hasta el gran acontecimiento deportivo celebrado en nuestro país. Elijo el vuelo de la flecha hacia el pebetero y a Fermín Cacho abriendo los brazos en cruz cuando cruzaba la meta como los momentos más emocionantes que presenció Cobi en directo. ¡Cuánto me hubiera gustado estar participando como voluntario y disfrutar de la ceremonia de clausura bailando el “naino naino na”  de Los Manolos junto a Magic Jhonson!

De nuevo a los “iu es ei” en el 1996. Recuerdo un doblete de ciclismo con el oro en manos del gran Induráin, que había dejado su “Espada” en casa para ganar la crono. Urdangarín formaría parte de la familia real tras su medalla de Sídney. Después dimos paso al siglo XXI, que nos traería una buena colección de metales en remo y piragüismo.

Llegaron los juegos de Pekín para enseñarnos que la milenaria ciudad china ya no se llamaba así, sino Beijin. En aquellas tierras orientales corroboraron su palmarés dos ídolos nacionales como Nadal y Lydia Valentín, pero también deslumbraron otros dos campeones del deporte mundial, los hombres más rápidos sobre agua y tierra:  Phelps y Usain Bolt.

Con Mireia descubrimos que no sólo los nadadores españoles afincados en suelo americano sabían nadar y que algunas raquetas distintas a las del tenis nos darían muchas alegrías y alguna que otra desdicha. Pocas veces me he emocionado tanto como cuando Carolina Marín lloraba de rodillas sobre la pista tras una desgraciada lesión.  

Pero el tiempo no sólo cuenta para los deportistas, también ha retirado a comentaristas cuyas voces se mantendrán en nuestra memoria. Las más recientes, las de María Escario y Paloma del Río y las de otras más legendarias como las de Gregorio Parra en atletismo, Héctor Quiroga y Trecet en baloncesto o Luis Miguel López en balonmano.


Acaban de terminar los JJOO de París 2024. Han sido la antesala de la despedida de Nadal, de Rudy y de Carolina. Desgraciadamente también han servido de escaparate para los “haters” (esas  personas amargadas y sin amigos) que disfrutan de la derrota del compatriota porque no comparten sus ideales. Y quién sabe si se abre una nueva vía de competición para los que sienten una preferencia sexual más propia de los programas televisivos de primeras citas. Ni Kratochvílova habría imaginado nada igual. 

Nunca sabremos si, con más dedicación, Nacho y Barambio hubieran disputado alguna carrera a Sebastian Coe. O si Jose Mi habría conseguido un doble mortal y medio carpado desde el trampolín de tres metros en una reñida final contra los chinos. Imaginad al Skipy de abanderado encabezando la delegación española acompañado de Lidio y el Buendi. Disfrutad de Vergaz preparando el balón perfecto para que Palomares remate a la esquina en el último set, de un pabellón volcado con el Koala tras pararle un contrataque a Balic.  ¿Y si Valentín le taponara un triple de Kurtinaitis a falta de dos segundos? Soñad.

sábado, 29 de junio de 2024

123.- MITOS ECOLÓGICOS

 “Las ciudades eran zoológicos humanos; esos lugares donde sólo vivían quienes no tenían acceso a un lugar más salubre: los pueblos”. Así comienza una columna de opinión de una amiga mía que se inventó el acertado concepto de “urleto”.

He llegado a un punto de hartazgo informativo acerca del apocalipsis medioambiental que nos acecha que me empuja cada vez más hacia el odio acérrimo a los urletos. Frecuentemente tengo que defender mi postura “negacionista” frente a los mensajes catastrofistas y, creo, que intencionadamente equivocados al que nos someten diariamente. ¿Os acordáis del agujero de ozono? Alguien lo ha debido zurcir.

En mi época universitaria, hace ya tres decenios, nuestro profesor de ecología nos hablaba del daño de desparramar jabones y detergentes en el agua, de los efectos nocivos de los pesticidas, de la inminente desertificación del sureste español, de los espeluznantes resultados de la lluvia ácida  y de la esquilmación de los pozos petrolíferos. Cierto o no, cada vez producimos más residuos, cultivamos más y extraemos más petróleo. Nosotros seguimos aquí, buscando energías alternativas que nos venden como “limpias”, consumiendo alimentos que saben más a plástico que a huerta, viajando en vacaciones a los lugares con menos agua disponible y derrochando combustible a destajo en vuelos baratos. ¿Por qué actuamos así? Será porque no nos han avisado lo suficiente, porque no nos interesa mucho el mensaje, o porque en realidad intentamos vivir lo mejor posible sin importarnos demasiado los daños ocasionados sobre nuestra madre Tierra. Las ciudades nos han vuelto débiles como especie, ya lo decía una de las primeras Dutton en su trayecto colonizador, la misma que también afirmaba que “no importa cuánto la amemos, la Tierra nunca nos amará a nosotros”.

Pensareis que efectivamente soy un negacionista radical que ha perdido la razón. No tanto. Por supuesto que creo que contribuimos a contaminar las aguas, los suelos y la atmósfera y que sobreexplotamos los recursos. Lo que no admito es que venga a recordármelo quien ha visto una oveja por televisión y no distingue un pino de un cerezo, pero tiene una cátedra ambientalista basada en estudios condicionados por un resultado deseado.

¿Recordáis qué paisaje presentaba el Cerro Socorro en nuestra infancia? Hay fotos que os lo revelarán. Pues si, por entonces se escuchaba la famosa frase de la ardilla con mochila que cruzaba la península sin bajarse de los árboles. Dudo que hayáis recibido información de que en estos momentos tenemos más superficie forestal que hace décadas. No hay ningún medio de comunicación que se alegre por ello. Sin embargo sí que nos recuerdan todos los veranos la proliferación de incendios forestales que asolan los montes de nuestro país y los de otros, porque a falta de noticias en el nuestro tenemos que emitir imágenes de otras zonas que se llevan quemado desde hace miles de años. Yo me dedico, entre otras facetas, a proporcionar medios y técnicas eficientes para evitarlos y apagarlos. Oigo o leo opiniones y teorías que van desde la desafortunada política de reforestación con coníferas en época de dictadura o de la especulación urbanística, a la nefasta normativa aplicada por el partido contrario al que uno vota. He llegado a ver la portada de un periódico regional en el que un alto cargo político afirmaba que “la lechuga era más ecológica que los pinos” Puede que necesitamos más besos de Rubiales que distraigan la atención del poblacho.

Imagino que a estas alturas del relato ya sabéis como llama mi amiga Marta a esas personas urbanas que se desplazan a las zonas rurales llevando un atuendo que consideran adecuado, no entienden el lenguaje rural ni el mensaje que les envía el monte.

El accidente de Chernóbil supuso el fin de la energía nuclear, pero no para todos los países. A nadie le gustaría morir devorado por un minúsculo átomo radiactivo pero cogemos el coche todos los días. Por eso estamos empotrando molinos en las colinas y montañas. También  repartimos placas solares donde antes había plantaciones agrícolas o simples matas que daban cobijo a esos animalicos que tanto defienden algunas plataformas vociferantes. Hace unos días sobrevolé una zona de mi tierra de adopción y quedé atónito al comprobar las hectáreas y hectáreas plagadas de huertos solares. No necesitan herbicidas ni pesticidas pero os aseguro que no veo crecer nada a su alrededor.




Por más que se repita la duda sobre qué mundo van a heredar nuestros hijos, yo le he dado la vuelta a la pregunta: ¿alguien cambiaría la época en la que ha tocado vivir por otra anterior?   Afortunadamente el planeta en el que vivimos es infinitamente más resistente de lo que creemos y, por supuesto, que nosotros mismos. Por eso de vez en cuando nos avisa con sus tres armas principales: agua, viento y fuego. Vuelvo a citar a mi Dutton rubia favorita (y no es Beth): “me dije a mi misma que cuando estuviese ante Dios lo primero que le preguntaría sería: ¿por qué crear un mundo tan maravilloso y llenarlo de monstruos? ¿Para qué sirve un tornado? Y entonces caí: Él no lo creó para nosotros.