¿En qué sociedad vivimos si hay más locales en la calle dedicados a la estética de las uñas que carnicerías? Así es, al menos donde yo vivo, y así lo he constatado en un largo paseo por las calles de la ciudad. Es más fácil que te pinten margaritas blancas sobre uñas de color azul que comprar unas tiras de panceta. ¡Incluso las de los pies!
Los gurús de la comunicación no
paran de alertarnos ante el incipiente apocalipsis que vivirán los jóvenes
actuales, sin posibilidades, sin medios económicos, sin hogar y sin trabajo. No
es de extrañar, se gastan más en piercings, cortes de pelo, tatuajes, uñas y
gimnasio, que en comer. Y si se alimentan es a base de brotes verdes, pienso parecido
al que engullen los pájaros y de cosas que crecen en los árboles. ¿Dónde quedaron los
bocadillos de mortadela con pepinillos? Surgen más centros de
estética, clases de yoga, barberías, clínicas de implantes o prótesis diversas, que ultramarinos. El futuro está envuelto en papel celofán.
Hace unos días estuve inmerso en un caos digital provocado por la caída de telefonía móvil en las fiestas de mi pueblo. A los que veíamos Mazinger Z no nos preocupó mucho, pero los que han cazado Pokemons casi sufren ataques de pánico. No podían pagar la bebida en el bar, no podían atender los videos de tiktok e incluso ¡no podían quedar con sus amigos ni sabían dónde paraban! No conocieron el banco del Carrero.
Mientras en televisión sigan promocionando
determinados concursos, en pocos años tendremos más cantantes que fontaneros,
más modelos que albañiles, más influencers que mecánicos y más tontos que
botellines. Parece que ya nos lo advirtió el Rey Salomón: “stultorum infinitus est numeris”. Si, amigos, el número de necios es
infinito.