- ¡Digameeee!
- - ¿Me se escuchaaaa?
Y así Gila podría comenzar
cualquiera de sus magníficas escenas cómicas que dejaron diálogos grabados en
la memoria de muchos. Él usaba el teléfono como herramienta de trabajo. Lo que no
sabía es que años después todos la necesitaríamos para lo mismo y otras cosas
más ociosas e incluso menos provechosas.
Todavía mantengo mi aparato fijo
en casa. No es de baquelita sino inalámbrico y no dispone de ruleta sino de
botones. Sólo recibo llamadas de empresas deseosas de venderme sus productos,
pero a veces lo uso con madre al otro lado. Todavía lo conservo como medida
preventiva ante emergencias que colapsen la alternativa móvil, pero tras el día
del apagón descubrí que tampoco sirve para eso. Puede que con el desarrollo tecnológico
demos pasos para atrás. Ya no llama nadie desde Electrodomésticos Colmena para
regalar una lavadora si contesto a sus preguntas. ¡Benditas bromas de
compañeros que disfrutaban engañando a familiares y amigos! Aunque no todas
fueron tan divertidas porque algunas retorcidas mentes ocasionaron un impacto difícil
de asimilar al dar por fallecido a una persona querida. Pobre Koala, que lo
quisieron enterrar antes de muerto. Si ahora las cuentas de redes sociales abiertas
con pseudónimos sirven de coraza para proteger la identidad del impostor, las cabinas de teléfono hicieron el mismo
papel a finales del siglo XX. Durante el exilio estudiantil las necesitamos
para contactar con la familia, la novia o el amigo.
Además de la intuición no quedaba
otro remedio que su uso para conseguir la información. Necesitabas una buena colección
de monedas para mantener una charla de larga duración. Eso si con suerte habías
averiguado dónde se hallaba la más moderna que no te pedía las fichas que aceptaba
la ranura y, además, se encontraba libre y la cola formada en la acera no era
lo bastante larga para esperar horas hasta utilizarla. Nunca aprendí a
engañarlas con el famoso truco del magiclick. Sin embargo las cabinas de la
calle te garantizaban la intimidad que no te permitía pasar por los cables de
las centralitas. Cuando Lauro anunciaba tu nombre por los altavoces del Colegio
Mayor sabías que recibirías alguna noticia. El sistema de contacto era igual que
en el pueblo donde las telefonistas conectaban los cables en el orificio
correcto antes de indicarte el número de la dependencia donde comenzar a hablar,
siempre con cuidado porque se sospechaba que escuchaban la conversación. Se decía
que disponían de más información que el cura aunque menos que Koldo o Villarejo.
Pese a ofrecer un servicio público durante muchos años fueron retirándolas de las calles españolas. Hasta el año pasado todavía quedaba un ejemplar en Tragacete, ¡un trofeo de esos de 12 puntas! Según me he informado se trataba de un modelo Garza, cerrada, como la de José Luis López Vázquez. Tan parecida a la malvada de la película que nuestro amigo Betis quedó atrapado una noche de verbena hasta que le rescatamos y descubrió que podía salir tirando de la puerta plegable. Deberían haberla indultado y mantenido junto al ayuntamiento como símbolo de esa zona que mencionan como “España vaciada”, aunque más bien convendría llamarla “Tesoros abandonados”.
Ahora mirad vuestro móvil. Comprobad la hora, si tenéis
alguna llamada perdida, algún mensaje de whatsapp o, en el mejor de los casos,
os han hecho un bizúm. Si disponéis de cobertura todo funcionará correctamente,
por lo contrario imitad a ese extraterrestre que imploraba por su teléfono y … su
casa.