martes, 17 de diciembre de 2013

41.- ESCAPADAS NAVIDEÑAS

Segundo capítulo que sigue al de las acampadas de verano. Y es que el frío unido al espesor de la nieve eran condimentos esenciales para aventurarnos a dormir en algún refugio los primeros días del año.

En nuestras primeras escapadas llegamos a compartir entorno con algún alto cargo de Valencia (creo que el Gobernador Civil, pues antes se llamaban así). ¿Qué noches de vigilia pasaría aquella familia que, buscando la soledad y sosiego, se encontraron con una banda de sonaos que jugaban a la gallinita ciega por las noches?  Y tan sólo había que quitarle las "gafas de alta montaña" a Aldo para liarla (espero que todavía me perdone por dejarle sin arroz aquella noche).
Sin predicciones de la AEMET, sin ropa técnica, sin telefonía móvil y dependiendo del bus que nos recogería desde las Majadas.



De pedir permiso para el Cerviñuelo pasamos a invadir el refugio de la Mesta, de afortunada ubicación, también provisto de agua, literas y criadero de pulgas.
En el camino de trayecto quedó algún vehículo maltrecho, que originó leyendas de héroes y víctimas rescatadas todavía recordadas.
Algún viajero disfrutaba bajando la ventanilla del coche para contemplar "la guerra entre el frío y el calor".
Sus paredes escucharon coros de villancicos acompañados de guitarra, sus arroyos arroparon (con hielo) las desnudas carnes de seres extraterrestres y las hogueras perfumaban de humo las ropas y sacos de dormir.

A la falta de tecnología se añadían las precarias cámaras de fotos que, una vez revelados sus carretes, desvelaban que la espesa nube de humo o el desorientado ojo apuntador deterioraba los resultados. Por eso no tengo imágenes para enseñar esos afortunados albergues.

1 comentario:

NACHO dijo...

Recuerdo el día en que descubrimos El Pozarrón, aunque nuestra intención era encontrar La Mesta. Después de creernos perdidos y tras varias horas de caminata, hallamos la casa del Pozarrón y nos establecimos para pasar la noche, pero luego, indagando en el entorno, llegamos a La Mesta, donde habíamos quedado con el resto de la pandilla. Nos reunimos y decidimos pasar el fin de semana en El Pozarrón, el refugio que desde ese día nos acogió tantas y tantas veces.

O aquella ruta que iniciamos desde Uña con destino La Mesta. Salimos de madrugada, después de un viaje por gentileza de los camioneros del Carrero, y no llegamos hasta el anochecer. En el camino hicimos una incursión a un refugio de cazadores, que nos valió para saciar la sed de todo un día sin agua. Y cuando ya creíamos estar obligados a dormir a la intemperie, unas chispas en el horizonte nos guiaron para llegar a nuestra meta: La Mesta. Allí nos aguardaba otro de los nuestros para algarabía y alborozo de todos nosotros.