De entre las dos propuestas etimológicas de “carnaval”, no sé si prefiero la segunda a la primera.
El origen latino carnem-levare, “abandonar la carne”, está más ligado a las consecuencias religiosas dictadas por la iglesia en aquellos siglos más propios de los Stark o los Targaryen. Comienza la Cuaresma, y los viernes serán día de sardinas. Para celebrarlo, los conquenses la reciben comiendo chorizos con tortilla por los prados de las hoces cercanas a la capital. Como ahora, los nacidos en el siglo XXI celebran todo de igual manera, se reparten carros de Mercadona y se esparcen botellas y plásticos por esos parajes naturales. Pese a que algún barrio ha intentado fomentar el disfraz y la comparsa, ya han trascurrido suficientes años para demostrar que el conquense no está preparado disfrutar de esta festividad. Pese a eso, durante aquellos maravillosos años noventa, tuvimos momentos para colocarnos una máscara, una peluca o unas gafas y pintarnos la cara para transformarnos en hippies, indios, monjas o personajes de dudosa definición. Registros fotográficos lo certifican, aunque cueste identificar al titular del disfraz. Cuenca, Palomera y Madrid fueron testigo de ello.
Sin embargo, no muy lejos de allí, en aquellas tierras manchegas donde nuestro amigo LuisCar montó su negocio, pude disfrutar de unos de los mejores Carnavales de España. Imaginación a raudales y desenfreno en las calles. Crítica y burla sin rencor. Simplemente ganas de pasarlo de bien. Eso sí, con una larga tradición detrás.
El segundo planteamiento nos lleva hasta su origen celta. Dicen que “Carna” era la diosa de las habas y el tocino, y estos ingredientes me trasladan hasta Murcia (los michirones no existirían sin ellos). Lejos de abandonar la carne, la fomentan. Caderas, ombligos, escotes y muslos al compás de las charangas se exhiben por las calles de Águilas o el Cabezo de Torres. Eso del periodo cuaresmal se las trae al pairo. Los días grandes son el fin de semana posterior al Miércoles de Ceniza, y hasta la sardina la entierran después de Semana Santa. La anarquía oficializada. Son así.
Recuerdo un profesor mío de la universidad que impartía sus clases ataviado con una peluca, o con una máscara, porque en su pueblo vivían el carnaval con intensidad. Ojalá en Cuenca estuviera arraigado como en otros territorios, hubiéramos visto más carne por la calle y yo me hubiera podido comer aquellas costillas en las Brasas.
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